HORROROSO CRIMEN EN LAS AFUERAS
DE TEGUCIGALPA
Así rezaba, en primera plana, en la mayoría de diarios de la ciudad un día
después de haber sido descubierto el cadáver de doña Adabella Márquez y
comprobada la desaparición de los dos niños y el esposo y padre de los mismos.
En la portada, debajo de aquel titular que ocupaba casi por completo la
primera plana y en letras pequeñas, pero rojas como la sangre, se leía: LOS MÓVILES DEL ATROZ CRIMEN AÚN SON
DESCONOCIDOS, PERO SE ESTÁN REALIZANDO LAS INVESTIGACIONES PERTINENTES.
Luego, debajo de tan colorido anuncio aparecía una fotografía a todo color
de un cuerpo cubierto por una manta pero que adivinaba su contenido por las
manchas rojas que se dibujaban en aquellos lugares donde las partes con huesos
o puntiagudas empujaban hacia afuera la tela. El cuerpo parecía estar sobre un
enorme charco de líquido brillante y muy cerca de una puerta abierta. Debajo de
la fotografía la leyenda: cuerpo sin vida
de Adabella Márquez de 28 años de edad. Y debajo de dicha fotografía: Información en las páginas interiores.
Página 10, 11 y 12.
En la página diez y once, que eran sobrepuestas, volvían a aparecer el
titular en letras grandes, negras y mayúsculas y en la diez el subtítulo en
letras rojas color sangre.
Una imagen, del mismo cuerpo cubierto con la manta blanca, pero desde
distinto ángulo volvía a aparecer debajo del subtítulo. Y luego estas palabras
en bastardillas: en esta posición fue
encontrado el cadáver de la víctima, Adabella Márquez, de 28 años de edad, el
día sábado por la tarde, por un vecino que pasaba por la propiedad de la
familia y a quien le extrañó ver humo saliendo por una de las ventanas del piso
superior, el portón abierto y a las doce del mediodía.
Debajo de la imagen anterior y su nota aparecía una imagen actual de la
casa de campo en la cual se veía el vehículo pickup desde la parte trasera, el
portón abierto y las huellas del pequeño sendero que llevaba hasta la casa. La
fachada de la casa, tomada desde el mejor ángulo posible que era desde la
carretera que pasaba enfrente, presentaba un aspecto mudo y triste con su color
blanco, el fondo de los árboles verdes y un cielo encapotado por la reciente
tormenta. Las ventanas, como enormes ojos enrejados, parecían mirar al lente de
la cámara y la puerta, cerrada, parecía una boca muda a las preguntas.
La verdadera noticia comenzaba en la columna que estaba debajo de esta
imagen. Debajo de la imagen decía: casa
de campo de la familia Montalvo Márquez, escenario de un macabro crimen.
La notica iba así:
Domingo, x de septiembre de x.
Macabro crimen fue realizado,
según los forenses, la noche del día viernes, x del mes en curso, en la
comunidad del Álamo, a cinco kilómetros, yendo por la carretera del norte, de
Tegucigalpa.
La víctima, que respondía al
nombre de Adabella Márquez de veintiocho años de edad, estaba casada desde
hacía ocho años con el reconocido doctor en medicina general Hugh Montalvo de
treinta años de edad, con quien tenía dos hijos pequeños. Del esposo, y de los
niños aún no se sabe el paradero, pero según fuentes muy seguras, el
matrimonio, tenía la costumbre de pasar los fines de semana en su casa de
campo. Se está investigando el paradero de su familia.
El cuerpo, de la hoy occisa, fue
encontrado en la habitación que era utilizada por los esposos, cada vez que se
encontraban en el edificio. Entrevistamos al encargado de recoger el cuerpo y
nos dijo lo siguiente:
“La víctima murió entre diez y
once de la noche del día viernes. Su muerte fue causada por varias heridas con
un cuerpo cortante, se supone que un hacha. Más adelante se darán detalles al
respecto”.
En la escena del crimen, como
pudimos constatar, se encontraron huellas de zapatos de hombre, marcadas con la
sangre de la víctima que salen de la habitación donde fue encontrado el cuerpo,
bajan por las gradas y se dirigen a la parte trasera de la vivienda, pasando
por la cocina y un cuartito aledaño donde hay una máquina de lavar ropa. Las
huellas de dichos zapatos desaparecen justo en la puerta que, según las
pesquisas preliminares, estaba abierta y fue por donde entraron las personas
que hicieron el macabro hallazgo.
En una columna aparte y debajo de una fotografía que mostraba a un hombre
de unos cincuenta años, y una mujer de casi la misma edad aparecía la siguiente
nota: El ingeniero Víctor Cáceres y su
esposa Alma Wélchez, fueron los que descubrieron el horroroso asesinato el
sábado al mediodía.
Y en una pequeña columna la nota:
La familia Cáceres Wélchez,
originarios de El Ocotal, tienen por costumbre, debido a su religión, asistir
todos los sábados a reuniones en la ciudad capital. Dichas reuniones las
realizan de ocho a doce del mediodía y después emprenden el regreso a su
comunidad que se encuentra apenas a un par de kilómetros de El Álamo donde
sucedió el incidente.
“Yo le dije a mi esposo –comentó
la señora Wélchez—, que ese humo me parecía muy raro. Por lo general las
cocinas están en la parte baja de las casas y no en los segundos pisos. Además,
era un humo blanco, como el que se produce cuando un fuego no puede arder.
Entonces me imaginé que se trataba de algún incendio que estaba comenzando o
que acababa de terminar. Pero lo más raro era que estaba allí afuera el pickup.
Eso significaba que la gente seguía adentro. He escuchado que mucha gente se ha
quedado dormida con la estufa encendida y que de pronto algún material ha
empezado a general humo y entonces la gente muere asfixiada casi sin enterarse.
Aquello era raro. Mi esposo, entonces detuvo el auto y se acercó llamando a
gritos a la gente de la casa. Y como el portón estaba abierto no fue difícil
acercarse. Cuando vi, desde el auto que mi esposo llegaba a la puerta de la
casa, tocaba y nadie le abría fue cuando me puse un poco nerviosa. Mi madre
decía que yo poseía un poco de intuición y creo que es cierto porque cuando vi
a mi esposo tocar la puerta y que nadie le contestaba, pensé que algo malo
estaba sucediendo o había pasado. Entonces bajé del auto y me acerqué a Víctor.
El humo, arriba seguía saliendo.
Cuando entrevistamos al señor
Víctor Cáceres, esposo de la señora Wélchez, nos amplió un poco la cuestión:
“Mi esposa se me acercó y me
dijo: Aquí pasa algo malo. Yo, como la conozco y sé que casi siempre tiene la
razón, me dije que en efecto allí pasaba algo malo. Ustedes entienden. Eran las
doce del mediodía, hacía mucho calor porque el sol después de que llueve se
pone picante por estos lados y aquel humo blanco saliendo por una esquina de la
casa no anunciaba nada bueno. Allí había algo malo. Entonces, como toqué varias
veces y grité con todas mis fuerzas para que alguien me escuchara desde el
interior, pero nadie me contestó ni abrieron la puerta, también comprendí que
algo malo estaba sucediendo. De inmediato saqué mi teléfono y llamé a la posta
de policía que hay un par de kilómetros de aquí, justo en la entrada a la calle
que viene para El Álamo. Les dije eso, que había humo en la casa del doctor
Montalvo, ellos me pidieron la dirección, se las di y como pasó mucho tiempo
antes de que llegaran me puse a buscar por donde entrar a la casa. Ya sabe: a
veces las cosas pueden evitarse, y uno cerca. Así que le dimos la vuelta a la
casa y encontramos la puerta de atrás abierta. Entramos y nos encontramos con
la sangre saliendo de la habitación. De inmediato, mi esposa me dijo que
saliéramos, yo le dije que alguien podría necesitar ayuda, pero ella me dijo:
que estaba a punto de desmayarse. Salimos y apenas lo hicimos mi esposa sufrió
un pequeño desmayo. Allí, había ocurrido algo muy malo.”
En otra fotografía se veía a un par de policías señalando un punto en el
suelo. Se trataban de las huellas de los pies. Huellas de zapatos de hombre que
bajaban las gradas.
En la imagen, el capitán Ruiz, de
la posta del Encino, la comunidad que sirve de enlace entre El Álamo y el
Ocotal, señala la huella que dejó el presunto victimario.
Y en la nota:
Los móviles del crimen se
desconocen, pero se están haciendo las investigaciones pertinentes. Los padres
del doctor Hugh Montalvo aseguran que la pareja no tenía problemas conyugales,
y aunque no se descarta que el victimario sea el cónyuge, se tiene que tener en
cuenta un elemento: los niños.
¿Dónde está la pequeña Fayre de
siete años y su hermano Lowell de ocho?
Las conjeturas más fáciles de
deducir, según la policía, es que el señor Hugh, asesinó a su esposa, luego
tomó a los pequeños y se dio a la fuga con ellos. Pero ¿Hacia dónde fue? ¿Por
qué no tomó el automóvil para su fuga?
Otra teoría es la que propone el
detective, Oliver Pavón, contratado de inmediato por los padres del doctor
Montalvo para realizar la investigación, y se basa en los indicios encontrados.
Al respecto nos dijo:
“Las huellas de los pies, y la
habitación que utilizaban los pequeños en ese momento para dormir parecen
denotar que salieron corriendo al ver lo que hizo su padre y éste posiblemente,
los siguió hasta quizás atraparlos y también asesinarlos. Esto último aún no lo
sabemos, pero, voy a seguir investigando y les aseguro que voy a llegar al
fondo del asunto.”
Lo cierto es que hay una persona
muerta, un esposo y dos niños desaparecidos. Hasta el día de hoy, domingo, la
policía no ha dicho nada al respecto y la escena del crimen fue abandonada
apenas levantado el cadáver y verificado que el humo dejara de salir por
completo de las cobijas y sábanas incendiadas.
El humo visto por los Cáceres
Wélchez procedía de las cobijas, edredón y sábanas que estaban sobre la cama
del matrimonio. Una vela derretida y apagada yacía al pie de la cama por lo que
se supone que, al no haber electricidad, la compañía los había dejado sin
suministros varios días atrás, se habían estado alumbrando con velas y durante
la tormenta, y quizás mientras se cometía el asesinato la vela cayó sobre la
cama y encendió la ropa. El posible incendio no pasó a más, porque sólo estaban
chamuscadas las prendas sobre la cama, pero, el humo se encerró en la
habitación y debido al fuerte aguacero se estuvo regando por toda la habitación
hasta encontrar una salida por las ranuras del techo. Sin ese humo el crimen
seguiría sin haberse descubierto.
Uno de los grandes interrogantes
que nos mantendrán pendientes del desenlace de tan terribles sucesos será
¿Dónde está el resto de la familia? ¿Llegaremos a conocer realmente los motivos
por los cuáles sucedieron estos eventos?
Seguiremos el curso de esta
triste, y terrible historia, en el transcurso de las próximas semanas.
Redacción Nelson López, Fotografías Fiers.
***
Eran las diez, y siete minutos de la noche cuando el periodista Nelson
López terminó de redactar la noticia. Aún tenía que revisarla, eliminar y
aumentar palabras antes de enviársela al editor. Mientras la escribía sentía
que iba a vomitar al recordar las imágenes que él había visto en esa casa.
Para el público siempre solían presentar las cosas de manera suave,
digerible, pero ellos, los que veían las cosas de cerca siempre terminaban de
aquella manera: con ganas de echar la comida, cuando asistían a eventos de ese
tipo. La realidad siempre se la guardaban ellos. Y la verdad en aquel suceso
era muy sencilla: quien había hecho aquello era un enfermo.
Cerraba los ojos y veía aquella cabeza casi desprendida del tronco. Aquella
cabeza que más que cabeza parecía un amasijo de carne, sangre y pelo revuelto.
El rostro de aquella mujer, que debía ser joven por la suavidad que notó en sus
manos, no existía, simplemente estaba dividido en varias partes. Como si quien
la hubiera matado la hubiera querido deshacer. Como si en vez de dos o tres
golpes con el hacha, le hubiera dado mil. En el entierro, seguramente, el ataúd
estaría sellado a cal y canto. Aquello no se podía llamar un ser humano,
aquello era un revoltijo.
—Este mundo de mierda –dijo al techo.
Colocó ambas manos detrás de la nuca, entrelazadas por los dedos, y se
inclinó sobre la silla hasta quedar con los pies en el aire y la mirada perdida
en el techo.
Fiers, su fotógrafo había estado a punto de vomitar encima del cadáver y no
se lo hubiera reprochado. Hasta los policías que la miraban parecían enfermos.
Y cuando llegaron los de medicina legal y cubrieron el rostro con aquella
sábana, después de tomar sus propias fotografías, se los agradeció de todo
corazón. Con la manta encima, la cosa parecía más fácil, pero cuando ya has
visto algo eso persiste en la memoria y te está dando martillazos durante un
buen rato. No, aquella imagen no iba a desaparecer tan fácilmente de su
memoria.
“Esta es la obra de un psicópata” –había dicho Oliver Pavón, tomando nota y
tratando de captar todos los detalles de la escena del crimen.
Oliver Pavón, el detective que de inmediato habían enviado los padres del
doctor Hugh Montalvo para que no existiera dudas al respecto de quién, por qué
y cómo había sucedido todo. Oliver Pavón parecía muy sagaz, y sobre todo con
muchas tripas. Con su cámara del teléfono había hecho imágenes de toda la casa
casi sin que la policía se enterara de su presencia en el lugar. La teoría de
este joven detective le parecía la más verosímil de todas y estaba seguro de
que él si daría con la verdad de todo aquello.
“Sólo voy a seguir pistas y corazonadas” –le había dicho antes de marcharse
mirando las huellas que terminaban antes de llegar a la puerta de aquel
cuartito de la lavadora grande. Y se había ido, como quien persigue a un
conejo, hacia los árboles que estaban más allá del corte de tierra donde
comenzaba el plantel donde estaba la casa.
El muchacho, como si oliera algo en el aire o viera huellas que nadie más
veía, se metió y desapareció detrás de las ramas de unos viejos robles de
corteza amarilla y hoja verdes y brillantes. El sol, en ese momento, ya estaba
inclinándose hacia el oeste y muchas nubes de lluvia se estaban acumulando por
el este.
Nelson, deseo de todo corazón que las corazonadas y el olfato de aquel
detective fueran más agudos que los inexistentes instintos de los policías que
parecían haber cerrado el caso con sólo ver, reconocer y levantar el cadáver.
Pensó en la niña de siete años y en el niño de ocho y le rogó a Dios que
estuvieran bien. Después de todo él también era padre de una muchacha de
quince, y un varón de veinte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario