jueves, 28 de julio de 2016

Capítulo 7





HORROROSO CRIMEN EN LAS AFUERAS DE TEGUCIGALPA
Así rezaba, en primera plana, en la mayoría de diarios de la ciudad un día después de haber sido descubierto el cadáver de doña Adabella Márquez y comprobada la desaparición de los dos niños y el esposo y padre de los mismos.
En la portada, debajo de aquel titular que ocupaba casi por completo la primera plana y en letras pequeñas, pero rojas como la sangre, se leía: LOS MÓVILES DEL ATROZ CRIMEN AÚN SON DESCONOCIDOS, PERO SE ESTÁN REALIZANDO LAS INVESTIGACIONES PERTINENTES.
Luego, debajo de tan colorido anuncio aparecía una fotografía a todo color de un cuerpo cubierto por una manta pero que adivinaba su contenido por las manchas rojas que se dibujaban en aquellos lugares donde las partes con huesos o puntiagudas empujaban hacia afuera la tela. El cuerpo parecía estar sobre un enorme charco de líquido brillante y muy cerca de una puerta abierta. Debajo de la fotografía la leyenda: cuerpo sin vida de Adabella Márquez de 28 años de edad. Y debajo de dicha fotografía: Información en las páginas interiores. Página 10, 11 y 12.
En la página diez y once, que eran sobrepuestas, volvían a aparecer el titular en letras grandes, negras y mayúsculas y en la diez el subtítulo en letras rojas color sangre.
Una imagen, del mismo cuerpo cubierto con la manta blanca, pero desde distinto ángulo volvía a aparecer debajo del subtítulo. Y luego estas palabras en bastardillas: en esta posición fue encontrado el cadáver de la víctima, Adabella Márquez, de 28 años de edad, el día sábado por la tarde, por un vecino que pasaba por la propiedad de la familia y a quien le extrañó ver humo saliendo por una de las ventanas del piso superior, el portón abierto y a las doce del mediodía.
Debajo de la imagen anterior y su nota aparecía una imagen actual de la casa de campo en la cual se veía el vehículo pickup desde la parte trasera, el portón abierto y las huellas del pequeño sendero que llevaba hasta la casa. La fachada de la casa, tomada desde el mejor ángulo posible que era desde la carretera que pasaba enfrente, presentaba un aspecto mudo y triste con su color blanco, el fondo de los árboles verdes y un cielo encapotado por la reciente tormenta. Las ventanas, como enormes ojos enrejados, parecían mirar al lente de la cámara y la puerta, cerrada, parecía una boca muda a las preguntas.
La verdadera noticia comenzaba en la columna que estaba debajo de esta imagen. Debajo de la imagen decía: casa de campo de la familia Montalvo Márquez, escenario de un macabro crimen.
La notica iba así:
Domingo, x de septiembre de x.
Macabro crimen fue realizado, según los forenses, la noche del día viernes, x del mes en curso, en la comunidad del Álamo, a cinco kilómetros, yendo por la carretera del norte, de Tegucigalpa.
La víctima, que respondía al nombre de Adabella Márquez de veintiocho años de edad, estaba casada desde hacía ocho años con el reconocido doctor en medicina general Hugh Montalvo de treinta años de edad, con quien tenía dos hijos pequeños. Del esposo, y de los niños aún no se sabe el paradero, pero según fuentes muy seguras, el matrimonio, tenía la costumbre de pasar los fines de semana en su casa de campo. Se está investigando el paradero de su familia.
El cuerpo, de la hoy occisa, fue encontrado en la habitación que era utilizada por los esposos, cada vez que se encontraban en el edificio. Entrevistamos al encargado de recoger el cuerpo y nos dijo lo siguiente:
“La víctima murió entre diez y once de la noche del día viernes. Su muerte fue causada por varias heridas con un cuerpo cortante, se supone que un hacha. Más adelante se darán detalles al respecto”.
En la escena del crimen, como pudimos constatar, se encontraron huellas de zapatos de hombre, marcadas con la sangre de la víctima que salen de la habitación donde fue encontrado el cuerpo, bajan por las gradas y se dirigen a la parte trasera de la vivienda, pasando por la cocina y un cuartito aledaño donde hay una máquina de lavar ropa. Las huellas de dichos zapatos desaparecen justo en la puerta que, según las pesquisas preliminares, estaba abierta y fue por donde entraron las personas que hicieron el macabro hallazgo.
En una columna aparte y debajo de una fotografía que mostraba a un hombre de unos cincuenta años, y una mujer de casi la misma edad aparecía la siguiente nota: El ingeniero Víctor Cáceres y su esposa Alma Wélchez, fueron los que descubrieron el horroroso asesinato el sábado al mediodía.
Y en una pequeña columna la nota:
La familia Cáceres Wélchez, originarios de El Ocotal, tienen por costumbre, debido a su religión, asistir todos los sábados a reuniones en la ciudad capital. Dichas reuniones las realizan de ocho a doce del mediodía y después emprenden el regreso a su comunidad que se encuentra apenas a un par de kilómetros de El Álamo donde sucedió el incidente.
“Yo le dije a mi esposo –comentó la señora Wélchez—, que ese humo me parecía muy raro. Por lo general las cocinas están en la parte baja de las casas y no en los segundos pisos. Además, era un humo blanco, como el que se produce cuando un fuego no puede arder. Entonces me imaginé que se trataba de algún incendio que estaba comenzando o que acababa de terminar. Pero lo más raro era que estaba allí afuera el pickup. Eso significaba que la gente seguía adentro. He escuchado que mucha gente se ha quedado dormida con la estufa encendida y que de pronto algún material ha empezado a general humo y entonces la gente muere asfixiada casi sin enterarse. Aquello era raro. Mi esposo, entonces detuvo el auto y se acercó llamando a gritos a la gente de la casa. Y como el portón estaba abierto no fue difícil acercarse. Cuando vi, desde el auto que mi esposo llegaba a la puerta de la casa, tocaba y nadie le abría fue cuando me puse un poco nerviosa. Mi madre decía que yo poseía un poco de intuición y creo que es cierto porque cuando vi a mi esposo tocar la puerta y que nadie le contestaba, pensé que algo malo estaba sucediendo o había pasado. Entonces bajé del auto y me acerqué a Víctor. El humo, arriba seguía saliendo.
Cuando entrevistamos al señor Víctor Cáceres, esposo de la señora Wélchez, nos amplió un poco la cuestión:
“Mi esposa se me acercó y me dijo: Aquí pasa algo malo. Yo, como la conozco y sé que casi siempre tiene la razón, me dije que en efecto allí pasaba algo malo. Ustedes entienden. Eran las doce del mediodía, hacía mucho calor porque el sol después de que llueve se pone picante por estos lados y aquel humo blanco saliendo por una esquina de la casa no anunciaba nada bueno. Allí había algo malo. Entonces, como toqué varias veces y grité con todas mis fuerzas para que alguien me escuchara desde el interior, pero nadie me contestó ni abrieron la puerta, también comprendí que algo malo estaba sucediendo. De inmediato saqué mi teléfono y llamé a la posta de policía que hay un par de kilómetros de aquí, justo en la entrada a la calle que viene para El Álamo. Les dije eso, que había humo en la casa del doctor Montalvo, ellos me pidieron la dirección, se las di y como pasó mucho tiempo antes de que llegaran me puse a buscar por donde entrar a la casa. Ya sabe: a veces las cosas pueden evitarse, y uno cerca. Así que le dimos la vuelta a la casa y encontramos la puerta de atrás abierta. Entramos y nos encontramos con la sangre saliendo de la habitación. De inmediato, mi esposa me dijo que saliéramos, yo le dije que alguien podría necesitar ayuda, pero ella me dijo: que estaba a punto de desmayarse. Salimos y apenas lo hicimos mi esposa sufrió un pequeño desmayo. Allí, había ocurrido algo muy malo.”
En otra fotografía se veía a un par de policías señalando un punto en el suelo. Se trataban de las huellas de los pies. Huellas de zapatos de hombre que bajaban las gradas.
En la imagen, el capitán Ruiz, de la posta del Encino, la comunidad que sirve de enlace entre El Álamo y el Ocotal, señala la huella que dejó el presunto victimario.
Y en la nota:
Los móviles del crimen se desconocen, pero se están haciendo las investigaciones pertinentes. Los padres del doctor Hugh Montalvo aseguran que la pareja no tenía problemas conyugales, y aunque no se descarta que el victimario sea el cónyuge, se tiene que tener en cuenta un elemento: los niños.
¿Dónde está la pequeña Fayre de siete años y su hermano Lowell de ocho?
Las conjeturas más fáciles de deducir, según la policía, es que el señor Hugh, asesinó a su esposa, luego tomó a los pequeños y se dio a la fuga con ellos. Pero ¿Hacia dónde fue? ¿Por qué no tomó el automóvil para su fuga?
Otra teoría es la que propone el detective, Oliver Pavón, contratado de inmediato por los padres del doctor Montalvo para realizar la investigación, y se basa en los indicios encontrados. Al respecto nos dijo:
“Las huellas de los pies, y la habitación que utilizaban los pequeños en ese momento para dormir parecen denotar que salieron corriendo al ver lo que hizo su padre y éste posiblemente, los siguió hasta quizás atraparlos y también asesinarlos. Esto último aún no lo sabemos, pero, voy a seguir investigando y les aseguro que voy a llegar al fondo del asunto.”
Lo cierto es que hay una persona muerta, un esposo y dos niños desaparecidos. Hasta el día de hoy, domingo, la policía no ha dicho nada al respecto y la escena del crimen fue abandonada apenas levantado el cadáver y verificado que el humo dejara de salir por completo de las cobijas y sábanas incendiadas.
El humo visto por los Cáceres Wélchez procedía de las cobijas, edredón y sábanas que estaban sobre la cama del matrimonio. Una vela derretida y apagada yacía al pie de la cama por lo que se supone que, al no haber electricidad, la compañía los había dejado sin suministros varios días atrás, se habían estado alumbrando con velas y durante la tormenta, y quizás mientras se cometía el asesinato la vela cayó sobre la cama y encendió la ropa. El posible incendio no pasó a más, porque sólo estaban chamuscadas las prendas sobre la cama, pero, el humo se encerró en la habitación y debido al fuerte aguacero se estuvo regando por toda la habitación hasta encontrar una salida por las ranuras del techo. Sin ese humo el crimen seguiría sin haberse descubierto.
Uno de los grandes interrogantes que nos mantendrán pendientes del desenlace de tan terribles sucesos será ¿Dónde está el resto de la familia? ¿Llegaremos a conocer realmente los motivos por los cuáles sucedieron estos eventos?
Seguiremos el curso de esta triste, y terrible historia, en el transcurso de las próximas semanas. Redacción Nelson López, Fotografías Fiers.

***
Eran las diez, y siete minutos de la noche cuando el periodista Nelson López terminó de redactar la noticia. Aún tenía que revisarla, eliminar y aumentar palabras antes de enviársela al editor. Mientras la escribía sentía que iba a vomitar al recordar las imágenes que él había visto en esa casa.
Para el público siempre solían presentar las cosas de manera suave, digerible, pero ellos, los que veían las cosas de cerca siempre terminaban de aquella manera: con ganas de echar la comida, cuando asistían a eventos de ese tipo. La realidad siempre se la guardaban ellos. Y la verdad en aquel suceso era muy sencilla: quien había hecho aquello era un enfermo.
Cerraba los ojos y veía aquella cabeza casi desprendida del tronco. Aquella cabeza que más que cabeza parecía un amasijo de carne, sangre y pelo revuelto. El rostro de aquella mujer, que debía ser joven por la suavidad que notó en sus manos, no existía, simplemente estaba dividido en varias partes. Como si quien la hubiera matado la hubiera querido deshacer. Como si en vez de dos o tres golpes con el hacha, le hubiera dado mil. En el entierro, seguramente, el ataúd estaría sellado a cal y canto. Aquello no se podía llamar un ser humano, aquello era un revoltijo.
—Este mundo de mierda –dijo al techo.
Colocó ambas manos detrás de la nuca, entrelazadas por los dedos, y se inclinó sobre la silla hasta quedar con los pies en el aire y la mirada perdida en el techo.
Fiers, su fotógrafo había estado a punto de vomitar encima del cadáver y no se lo hubiera reprochado. Hasta los policías que la miraban parecían enfermos. Y cuando llegaron los de medicina legal y cubrieron el rostro con aquella sábana, después de tomar sus propias fotografías, se los agradeció de todo corazón. Con la manta encima, la cosa parecía más fácil, pero cuando ya has visto algo eso persiste en la memoria y te está dando martillazos durante un buen rato. No, aquella imagen no iba a desaparecer tan fácilmente de su memoria.
“Esta es la obra de un psicópata” –había dicho Oliver Pavón, tomando nota y tratando de captar todos los detalles de la escena del crimen.
Oliver Pavón, el detective que de inmediato habían enviado los padres del doctor Hugh Montalvo para que no existiera dudas al respecto de quién, por qué y cómo había sucedido todo. Oliver Pavón parecía muy sagaz, y sobre todo con muchas tripas. Con su cámara del teléfono había hecho imágenes de toda la casa casi sin que la policía se enterara de su presencia en el lugar. La teoría de este joven detective le parecía la más verosímil de todas y estaba seguro de que él si daría con la verdad de todo aquello.
“Sólo voy a seguir pistas y corazonadas” –le había dicho antes de marcharse mirando las huellas que terminaban antes de llegar a la puerta de aquel cuartito de la lavadora grande. Y se había ido, como quien persigue a un conejo, hacia los árboles que estaban más allá del corte de tierra donde comenzaba el plantel donde estaba la casa.
El muchacho, como si oliera algo en el aire o viera huellas que nadie más veía, se metió y desapareció detrás de las ramas de unos viejos robles de corteza amarilla y hoja verdes y brillantes. El sol, en ese momento, ya estaba inclinándose hacia el oeste y muchas nubes de lluvia se estaban acumulando por el este.
Nelson, deseo de todo corazón que las corazonadas y el olfato de aquel detective fueran más agudos que los inexistentes instintos de los policías que parecían haber cerrado el caso con sólo ver, reconocer y levantar el cadáver. Pensó en la niña de siete años y en el niño de ocho y le rogó a Dios que estuvieran bien. Después de todo él también era padre de una muchacha de quince, y un varón de veinte.

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